René Valdés (Timoteo) y Darío Zúñiga, fundadores del Circo Timoteo, se conocieron en el año 1968. René ya había consolidado su número cómico en el personaje de Timoteo, luego de desilusionarse del teatro; Darío, en cambio, amaba el circo desde niño, a pesar de que su madre le prohibía asistir a las funciones.
Eran tiempos en que Las Águilas Humanas, el Buffalo Bill, Tony Caluga y el Frankfort arrasaban en las pistas. Eran también los últimos años de los convites, un rito que desde 1850 precedía al espectáculo: verdaderas procesiones por las calles para publicitar las funciones. Todos los artistas avanzaban caracterizados según sus personajes, mientras las bandas tocaban bronces con la cadencia del carrusel circense.
Tras integrar el elenco del Circo Capitol, bajo la dirección de la Tencho, una de las famosas hermanas Neira, recibieron una oferta para incorporarse al Circo Frankfort. René tenía las puertas abiertas para presentar su número de Timoteo; a Darío, en cambio, solo le ofrecieron encargarse de la boletería. Obviamente, no aceptó. Su sueño era tener su propio circo.
Sin un peso en los bolsillos, armaron una pequeña compañía, negociaron el préstamo de una carpa llena de agujeros y emprendieron su primera gira hacia Requehue, en el interior de Pelequén. Era un verdadero circo “rasca”, como se les llamaba en la jerga: un circo pobre, marginal.
Tras recorrer los pequeños pueblos del interior de la Sexta Región, emprendieron rumbo a Santiago. Luego de convertirse en ídolos en las poblaciones de la capital a comienzos de los años 70, echaron raíces en Valparaíso, donde permanecieron casi ocho años, entre cerro y cerro, presentando el número de Timoteo, los travestis y otros actos propios de un circo convencional.
Desde hace años recorren Chile de extremo a extremo: al sur durante el verano y al norte en invierno.
Esta es la historia de uno de los circos más populares de Chile, con más de 50 años de vida ininterrumpida.